La barroca elegancia de las grandes divas. Sus tacones de espanto en esos pies que han pisado décadas de éxito, glamour y belleza. Sus brillantes joyas, adornando una inteligencia mordaz, en un cuerpo que se enfunda en rosas imposibles. La contemplo en su atalaya divina, y el respeto adquiere el sentido de la admiración.
Si Argentina se observa desde la mesa elegantemente parada de Mirtha Legrand, los tiempos y los hechos se ablandan como mantequilla, se vuelven algo tiernos. Comparto esa mesa televisiva, codiciada y amable, con mujeres de alta categoría y más alta voz: Estela Carlotto, la presidenta de las Abuelas de la plaza de Mayo; Olga Riutort, que aspira a dirigir los destinos de la ciudad de Córdoba, y una de esas mentes lúcidas que la política argentina sabe dar en los tiempos del desconcierto, Gabriela Michetti, mano derecha de Mauricio Macri en el Gobierno de Buenos Aires.
Empieza el programa y el glamour acomoda el debate de las ideas: la memoria de la represión, los mitos intocables, el hambre entre la riqueza, el papel de la mujer... Vista desde la perspectiva que da la complicidad lejana -la mirada extranjera- Argentina preocupa tanto como seduce, sorprendente en sus logros y en sus déficit. Vidas paralelas en muchos aspectos, la dictadura, la represión, la memoria, el terrorismo, Argentina no tomó el camino que el pacto de la transición marcó para la vieja Sefarad, y esa bifurcación cambió los destinos mutuos.
Sé que decirlo remueve y araña mi alma antifranquista, pero viendo el círculo de odios, venganzas, juicios inacabables y toda suerte de denuncias cruzadas que aún atenazan -y condicionan severamente- la política argentina, creo que el camino que tomó la democracia española fue tan valiente, como necesario para garantizar el futuro.
A Argentina le pesa tanto el pasado, que a veces parece que habita en él, como si la realidad no fuera más que su derivada. Un pasado, además, mirado con ojo tuerto, donde los dictadores y sus cómplices reciben el legítimo repudio y lentamente van pisando los suelos de la justicia; pero cuyos terroristas son considerados héroes del pueblo.
Héroes.
Lacra de toda Latinoamérica y no sólo de Argentina, la actitud de una parte del espectro social, que minimiza, justifica e incluso avala el terrorismo, es un penoso síntoma del relativismo ético que practican muchos líderes de izquierdas, hasta el punto de no conmoverse ni con la muerte masiva.
Ahí está, para vergüenza de Argentina y para vergüenza de la humanidad, el brindis que Hebe de Bonafini -la antigua presidenta de las madres de Mayo- hizo, celebrando el atentado del 11-S. Un total de 4.000 muertos, 4.000 personas con sus vidas, sus esperanzas, sus ilusiones, convertidas en humo en manos del terror, y la risa de Bonafini bendiciendo la matanza.
Y su famoso ¡Viva ETA! En la España que la había invitado y aún lloraba la muerte de Ernest Lluch. Hebe representa el paradigma de una izquierda violenta, revanchista hasta la locura, inequívocamente reaccionaria.
Sin embargo, ¿es ella lo alarmante? Al fin y al cabo, personajes como Hebe o como otros que pululan por el continente, con el delirante Chávez a la cabeza, no son nuevos en el mercado del populismo demagógico. No. Lo alarmante es que el día después del brindis de muerte, las Hebes continúen teniendo micrófonos, vida social activa, miles de pesos de ayuda pública y hasta el aval institucional.
"Todos somos hijos de Hebe", me aseguran que dijo Néstor Kirchner. Sobran palabras... Eso es el relativismo ético, ésa es la quiebra de valores que, con angustiosa naturalidad, se puede respirar en la Argentina que avala determinado progresismo. En esa Argentina, y en alguna de las Españas... Como dijo el sabio, "habrá que defenderse de una derecha muy diestra, y de una izquierda muy siniestra".
Más allá de la minimización del terrorismo, las víctimas de la dictadura están presentes, devoradas en los agujeros negros del horror, y no parece fácil enterrarlas. Estela Carlotto me lo dijo de forma descarnada y frontal: "tienen que pagar". En su caso, por una hija muerta y una nieta desaparecida. Difícil cuestión, décadas después. Si no pagan por los crímenes, la impunidad ganará cruelmente la partida.
Si pagan, ¿cómo dejar fuera de la justicia a los que, en nombre de la libertad, también asesinaron? Chile y Uruguay encontraron su camino, atribulado, doloroso y valiente, hacia la reconciliación. Argentina prefiere chapotear en un eterno barrizal.
Personalmente, no estoy segura de que alcance justicia, pero conseguirá niveles notables de venganza. Y eso, que alimenta a las furias del pasado, puede ser dinamita para el futuro.
Vuelvo a Mirtha, su cadencia, su penetrante mirada, el clima que nos crea, donde la carne viva de lo tratado se moldea suavemente, como si no fuera trágico. Poesía y luz en las tinieblas de la épica. La observo con cariño, convencida de estar ante una de las últimas de una gran estirpe; una reina, como me dijo ella misma en los salones del Alvear. Sí. Una reina divina.
* Con autorización de la autora para reproducirlo en la Página de CELTYV.